martes, 7 de marzo de 2017

LAUREL

Corona de Laurel engalanada con dos lazos
Recompensa de la Virtud en el Cielo



En la Antigüedad griega y particularmente en la romana, el simbolismo de la corona circular de hojas se relaciona estrechamente con el anillo, un símbolo tradicional de lo ilimitado, de la eternidad, y la fuerza vital de las plantas [1]. La corona fue el premio con el que se honraba al héroe victorioso, no sólo a los triunfadores en juegos de competición, sino también a aquellos que habían alcanzado la gloria militar o habían logrado llegar a lo más alto en el terreno de las artes. De esta forma, la alegoría de la Victoria (Nike) era frecuentemente representada llevando la corona de laurel en la mano, según la tradición de los juegos píticos de Delfos, ya que el propio Apolo se coronó a sí mismo con una corona de laurel tras haber vencido a la serpiente Pitón [2].

Al laurel, arbusto consagrado al culto del dios Sol, se le atribuía no sólo un poder curativo medicinal, sino también la virtud de purificación después de una contaminación psíquica. Con la ayuda del laurel Apolo daba oráculos [3], con sus hojas se purificó después de matar a Pitón, y con ellas purificó también a Orestes después de asesinar a Clitemnestra. Pero, en la antigua roma, el laurel estaba consagrado también a Júpiter [4], y fue tomado como símbolo de la paz después de la victoria sobre los enemigos. Así, las armas victoriosas se rodeaban de ramitas de laurel y se depositaban junto a la imagen de Júpiter.

Lo cierto es que Apolo aparece coronado de laurel, como dios que purifica, que ilumina y que triunfa. El árbol es considerado como luminoso porque su protector es la luz, el sol, es decir la fama y la gloria. El laurel, como también ha concluido Chevalier, representaba las virtudes apolíneas y la participación en las mismas, una relación particular con Apolo, que aseguraba su protección [5]. Por la relación con el sol, las significaciones del laurel hacen referencia a la virtud, a la verdad, a la perseverancia, a la gloria militar y a la fama literaria o artística. Por tanto, la corona de laurel la veremos en la cabeza de generales victoriosos, sabios, poetas, etc., y en las alegorías de la Victoria, la Paz, la Ciencia, la Fortuna, etc., pero lo más común será el verla en relación con la Virtud [6], tema de la presente empresa de Juan de Borja.

A fines de la República Romana surge una personificación bélica estrechamente relacionada con la diosa sabina Belona (guerra), se trata de Virtus (la Valentía), figura muy representada durante el Imperio y fácil de reconocer, y que en ocasiones lleva en la mano una victoria o una rama de laurel [7]. Su compañero predilecto en el cortejo de Ares es Honos (el Honor), un joven semidesnudo que lleva una rama de olivo [8]. Esta Virtus imperial dará origen a las representaciones posteriores de la Virtud. Cesare Ripa nos dice: La Virtud “se pinta armada porque continuamente combate contra el vicio. Y se representa de rostro y aspecto varoniles, por provenir su nombre (según lo afirman Tito Livio en su lib. XXVII, y Valerio Máximo ehn su lib. I, cap. I) de las palabras viro o viribus, mostrando de este modo la fortaleza que conviene al virtuoso”.

Alegoría de la Virtud. Ripa [1603: 511]

Fue la corona un motivo profano que el cristianismo traspuso luego al ámbito religioso y moral. En el simbolismo cristiano la corona es el símbolo de la victoria contra el pecado, y así Yahvé es comparado a una “corona de gloria y diadema de hermosura” [9], pero también es símbolo de vida eterna, de la resurrección y de la alegría. Ya San Pablo escribió así a los corintios: “¿No sabéis que los que corren en el estadio todos corren, pero uno solo alcanza el premio (...) Y quien se prepara para la lucha, de todo se abstiene, y eso para alcanzar una corona corruptible; mas nosotros para alcanzar una incorruptible” [10]. El apóstol Santiago insiste en la misma idea: “Bienaventurado el varón que soporta la tentación, porque, probado, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió a los que le aman” [11]. Otro tanto dice San Pedro: “Así, al aparecer el Pastor soberano, recibiréis la corona inmarcesible de la gloria” [12]. Estos y otros textos escriturísticos hablan de la corona de la vida como un símbolo de la vida eterna, de ahí que la doctrina cristiana la presente en el contexto de la retribución, y en especial la corona de laurel, apreciada en el cristianismo primitivo por su aspecto siempre verde, símbolo de la nueva vida mediante la acción redentora de Cristo.

En el campo de la emblemática el laurel ya aparece en la obra de Alciato, quien, además de destacar sus propiedades oraculares, lo ofrece como premio al Emperador Carlos V: “Se deben laureles a Carlos por haber vencido a los Cartagineses: tales guirnaldas adornas las cabelleras de los vencedores” [13].

Pierio Valeriano interpretará la corona de Apolo como signo de súplica ya que, según él, los antiguos daban a esta guirnalda tal sentido. Quizás habría que entender la expiación que el dios hacía tras haber matado a la bestia. El propio Valeriano comenta igualmente que los soldados romanos que figuraban en el triunfo de los generales victoriosos y de los emperadores, iban coronados de laurel como purgación o expiación de las muertes que habían ocasionado en el combate.

Visto el mensaje de la corona en Borja desde una perspectiva moral, ésta del laurel se toma como atributo de la Virtud, compañera inseparable del Honor. La virtud, entendida como modelo de vida, conduce a la honra, como bien indica Du-Choul [14]:

“Hizieron antiguamente el templo de la Virtud de frente del de la Honrra, que no tenía más de una puerta, para mostrar que no se podía ni avía más de una puerta abierta para ganar honrra que era la de la Virtud. Esto quiso da a entender M. Marçello al pueblo Romano quando edificó estos dos templos juntos, el uno consagrado a la Virtud y el otro a la Honrra, y ambos a dos quadrados, a la Verdad, las grandes Honrras, no nasçen de otra madre que la Virtud que haze a los hombres señalados gloriosos y dignos de perpetua fama”.

Y en este mismo sentido podemos recordar también las palabras del fraile Ángel del Pas [15]:

“Porque la honrra premio es de la virtud sola. [...] En señal desto tenían los Romanos dos templos de la virtud y de la honrra, al qual no havía entrar, sin atravessar el templo de la virtud. Para que entendiéssemos no alcançarse la honrra sin obrar primero la virtud. [...] No se da la honrra, ni a nadie se permite corona sino el que está fuerte rezio sin dexarse destruir por vicio ni passión alguna y amás desto anda cubierto dentro y de fuera de toda virtud y exercitios santos”.

Si en la Antigüedad se concedía al atleta y al héroe, ahora no será una recompensa de tipo terrenal, sino con vista a la inmortalidad. Pero el motte nos da una nueva clave interpretativa: Basta merecerla, esto es, se ha de vivir virtuosamente, pero no con el fin último de alcanzar el premio.

“Mas la honra legítima, como es premio y galardón de las virtudes honestas, aunque sea de suyo deleytable, en fin su deleyte está mezclado con lo honesto. Y no solamente no se contenta la fantasía humana de alcançar honra y gloria para toda la vida, sino que también largamente la procura para después della, la qual propriamente se llama fama. Bien es verdad que, aunque la honra sea premio de la virtud, no por esso ella es el devido fin de las obras honestas y virtuosas, ni por respecto della se deve obrar virtuosamente; porque el fin de lo honesto consiste en la perfectión del ánima intelectiva, la qual con las obras virtuosas se para verdadera, limpia, y clara. [...] ni menos deve consistir el proprio fin de la pura honestidad en aquel fantástico deleyte que el glorioso se toma de la gloria, y el famoso de la fama y renombre. Que, aunque estos son los galardones que deven alcançar los virtuosos, no por esso son el fin que los ha de mover para hazer las obras illustres. Y es verdad que deve ser loada la virtud honesta, mas no se deven hazer las obras virtuosas para ser loados. Y aunque los pregoneros de las tales obras virtuosas hazen crescer la virtud con loarlas, sabed que en lugar de crescer menguaría más aina quando las tales obras honestas y virtuosas se hiziessen solamente por esse fin de ser loados” [16].

Parece natural que Juan de Borja plantee en ésta, su primera empresa, y lema personal, la gran lección moral de todo el libro, es decir: vivir virtuosamente sin importar el premio que se pueda conseguir, sino por el solo hecho de merecerlo, pues mayor es la deshonra cuando el reconocimiento no es merecido. En este sentido Iñigo López de Mendoza y Pimentel (1493-1566) [17], que precisamente utilizaba el lema Meruisse satis [18], en su Memorial de cosas memorables (Guadalajara, 1564) nos informa del “dudoso” honor de recibir las coronas ovalis, confeccionadas con la hoja del arrayán, o de mirto, y que se otorgaban a los generales victoriosos a quienes únicamente se les concedía una ovatio (0vación), fruto de un triunfo menor por una victoria de no mucha consideración:

“La corona Oval es de arrayán. Desto usavan los generales que entravan ovando en Roma. La causa de ovar y no triumphar es, quando la guerra ni es legítimamente movida, ni contra legítimo enemigo, o quando la reputación de los enemigos es baxa y no bastante, como la de siervos, o cossarios, o quando por rendirse súpitamente los enemigos, la victoria viene (como dizen) sin polvo y sin sangre, a la qual facilidad creyeron que venía propria la hoja de Venus, como que éste era un triumpho más de Venus que de Marte. Esta corona desechó soberviamente Marco Crasso, quando acabada la guerra de los fugitivos, bolvió Ovando a Roma. [...] Marco Catón reprehendió a Marco Fulvio, que se llamó el más noble, que por ambición dava coronas a los de su campo por causas muy livianas: [...] a soldados por aver entendido en hazer el vallado, o por aver cavado bien un pozo” [19].

Como símbolo, en el plano iconográfico, cabe también realzar el motivo de la corona, que por su forma circular alude a la perfección y a la participación de la naturaleza celeste, de la que el círculo es también símbolo. Por eso se coloca la corona en la cabeza, la parte más noble del cuerpo humano, puesta en analogía ahora con el cielo. La corona implica, en fin, las ideas de elevación, poder e iluminación, que se hallan unidas en la victoria espiritual de la Virtud.
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[1] Biedermann [1993: 35, 126]
[2] Tertuliano, De Corona Militis, en Migne, P.L. II, 85. Aquella serpiente había sido el oráculo de Temis y se había entregado a todo tipo de desmanes en aquel país, hasta que Apolo le dio muerte y tomó posesión del santuario y del oráculo, celebrándose por eso aquellas fiestas, que venían a conmemorar el evento.
[3] Bosques de laureles rodeaban los santuarios de Apolo, y la sacerdotisa de los oráculos, Pitia, mascaba hojas de laurel en Delfos cuando subía al trípode coronado de laurel.
[4] Pues era el único de todos los árboles que jamás fue herido por el rayo.
[5] Chevalier, J., Diccionario de los Símbolos, Barcelona, 1986, p. 630. Para otros aspectos en torno a la significación del laurel vid. GARCÍA MAHÍQUES, R., Flora Emblemática, aproximación descriptiva del código icónico, Universitat de València, Servicio de publicaciones, 1991, microfichas, pp. 361-399.
[6] Tervarent, G. de, Attributs et symboles dans l’art profane, Ginebra, 1958, col. 125.
[7] Normalmente aparece como una Amazona, con un pecho descubierto y una túnica larga al modo de Ártemis, casco helenístico, sandalias militares, lanza o espada.
[8] Elvira [2008: 230, 331]
[9] Isaías, 28, 5.
[10] I Corintios 9, 24-25.
[11] Epístola de Santiago 1, 12.
[12] I Pedro 5, 4.
[13] Alciato, Embl. CCX. Ver Alciato [1993: 251]
[14] Los discursos de la religión, Lyon, 1579, p.35-36
[15] Discursos spirituales, III. Barcelona, 1579, fol.195r
[16] Massimiliano Calvi, Del tractado de la hermosura y del amor, II, 23. Milán, 1576, fol.55v
[17] cuarto duque del Infantado y quinto marqués de Santillana, hombre culto y de letras, poseía una de las mayores bibliotecas de su época.
[18] Acompañado con la imagen de una esfera celeste, representativa de la gloria (tanto la de los bienaventurados como la gloria mundana de los triunfadores o virtuosos). Con esta empresa el duque reflejaba la norma de su vida: el intento continuo de alcanzar la gloria, pero alcanzarla con merecimiento y justicia.
[19] Iñigo López de Mendoza, Memorial de cosas notables, 119-120.